domingo, 28 de junio de 2009

Vivir los tiempos de crisis


Oía, en una muy interesante conferencia sobre evolución humana, que el siglo XXI sería el siglo de la complejidad. Se refería a los problemas que debe abordar ahora el estudio de la evolución: habrá que descifrar, deletrear la secuencia del ADN y encontrar la correspondencia con las Proteínas que determinan aquellos logros evolutivos que tanto nos maravillan, tanto da que sea la sinapsis nerviosa como los mecanismos de la inmunidad.
No hará falta argumentar sobre los tiempos de crisis como los actuales pero, manteniendo ese hilo de la complejidad, cabe pensar en una forma diferente de abordar las relaciones entre los hombres y las mujeres, que son diferentes desde antes mismo de nacer. Hasta el momento han primado los valores conectados con la identidad masculina, como la competitividad, el dominio y la autoridad que han dado lugar a sociedades desequilibradas, con sólo una clase de protagonistas y un cúmulo de personajes que se pueden caracterizar por una invisibilidad de uno u otro signo.
Aprovechando estos vientos, tenemos una bonita oportunidad para ensayar valores diferentes, aquellos tradicionalmente concebidos como femeninos, como son la cooperación y el trabajo en equipo. Es una manera de jugar un juego en el que aparezcamos todos sin exclusiones, las mujeres y los hombres, de que la historia sea una creación colectiva, en fin, de que todos aparezcamos en la foto.
Decía Rita Levi-Montalcini en una reflexión de final del año pasado que las mujeres han demostrado y demuestran una extraordinaria capacidad de intervención en la gestión de los recursos naturales y pueden desempeñar el papel que siempre se les ha negado: el de líderes capaces de afrontar problemas prioritarios en los inicios del tercer milenio.
A veces, oyéndome defender el papel de las mujeres habéis preguntado: ¿Y los chicos, qué? Es estupendo ser chico, no lo voy a negar, pero sería maravilloso si cupiesen cosas como la intimidad, el valor de las emociones, etc., esas cosas que tradicionalmente se han despreciado con el latiguillo son cosas de chicas. Por las mismas, sería maravilloso ser chica si no llevase aparejado un montón de inconvenientes, algunos tan evidentes como menos sueldo por el mismo trabajo, o más horas de trabajo si contamos con el doméstico.

En otro hilo de este tapiz son noticia, las más de las veces alarmantes, un aumento de embarazos no deseados en esa franja de edad que incluye la adolescencia, y el repunte de contagios del VIH tanto por vía heterosexual como homosexual, también en unas franjas de edad similares.
No se trata de meter miedo, de que viene el coco pero da la impresión de que el acento en las relaciones se ha instalado en la acción, la actividad, vamos, en el erotismo inmediato y se han desvalorizado aquellos contenidos de la Sexualidad que más tienen que ver con el meollo de los individuos, aquellas que más nos hacen personas: las sensaciones, las emociones, además de la letra pequeña de ese erotismo antes dicho: las miradas, las palabras, la seducción que no la conquista ni el trofeo.
Y esto, me parece, tiene un poco que ver con los hilos del comienzo: valores masculinos frente a valores femeninos. Esta aparente dicotomía no será una pugna sino que entre todos los hilos podremos tejer el rico tapiz en el que quepan las peripecias de todas las personas, la vida en suma, las masculinas y las femeninas. Y será sin duda un paso adelante en la evolución de la condición humana.